Hay lesiones que se atreven a remendar por sí
mismas, valiéndose del cuerpo. Apróximadamente 206 huesos, más de 640 músculos,
millones de células con capacidad regenerativa en caso de daño. Una porción
corporal superior, guía de todo movimiento físico y emocional. Bien.
¿Cuánto de mí utilizo para espirar lo
correcto, cuánto para reflejar todo cuánto tengo?
Somos, cada uno, una célula parte del mundo
como un solo cuerpo. Acaso no entendemos que si un miembro de este sufre un
daño, antes de extirparlo, se intenta TODA posibilidad de curación, desde una
operación de cuidado intensivo, hasta un nuevo ordenamiento nutritivo.
Parecemos querer creer (y trabajamos por ello) que un “dedo” no tiene conexión
con el resto del cuerpo, no comprendemos que si nacimos completos debemos luchar
por morir unidos como un complemento.
No se puede negar que la amputación es
posible, mas la ausencia consecuente de UNA sola pieza es irrefutable (así el
riñón continúe haciendo su debida labor).
Si no vivimos nuestro propio cuerpo, menos
vamos a entender el resto del universo. No podríamos amar al de al lado y es en
este punto donde me deshago en cuadritos pequeños. Veo noticias de asesinato y ¡pum!
Un escalofrío, fue dañada una célula de mi cuerpo. Un gobierno que decae en
engaño, en palabras supérfluas como la bruma que acaricia el mar, pero no le
agita la marea. Pequeñas pruebas, vacunas de ignorancia, curitas
para tapar los daños (repito, por encima), aprobación de leyes menos
importantes que atender la inseguridad que nos enjaula, el cierre de lugares
para niños en condición de abandono, instituciones que se pasan su objetivo
principal por el cu…ello.
No disculpo mi exaltación, no cuando las
cosas parecen miseria.
Dios no lo quiso así. Mi corazón fue hecho
para amar. Mi cuerpo fue hecho para trabajarse, mantenerse sano y salvo. Sano y
salvo. Palabras que engloban su déficit en contenido a nivel mundial, hasta
sonar ajenas. No son para mí, diría mi célula que no encontró nunca estadía y
recorre calles mendigando, no son para mí se repetiría un cliente frecuente de
comida basura, no son para mí dirían las células que, como cáncer, empiezan a
asesinar el cuerpo.
Todavía me levanto. Todavía respiro, aunque
aire contaminado, mis pulmones no se dan por vencidos. Pero, sin querer, no
puedo evitar la contractura que sufre el corazón cada vez que es amenazada una
o un grupo (más adultas o infantiles) de células en mí. Resulta que mis nervios
conducen cada energía positiva y negativa a mi interior, no puedo evitar pensar
en el daño que a diario nos hacemos, en sentir rencor hacia los responsables de
este mundo que parece estar enfermo.
Mi esperanza, no todo está perdido, sé que
como escribió el señor Rodolfo Páez “yo vengo a ofrecer mi corazón”, así hay
organizaciones de células que continúan trabajando, pero seguramente y por
cierto, no son las que presentan los medios de comunicación en su mayoría. Hay
una porción importante y esencial, la mente. La figura dirigente, la que no
permite que suceda todavía el infarto.